Diecinueve años, nos separan de la publicación de la primera Web de la historia, realizada el 6 de agosto de 1991, y la WWW sigue sorprendiéndonos por lo que la gente hace con las tecnologías digitales y a través de ellas; no tanto por los componentes tecnológicos, sino por las oportunidades de promoción y desarrollo de lo auténticamente humano, de la comunicación, la información, la divulgación de nuevos lenguajes, del arte, la formación de redes sociales de un pequeño grupos de amigos o de grandes proyectos internacionales, creadas con la voluntad de salvar el mundo o de preservar una pequeña especie en extinción, que despiertan la conciencia frente a un hecho o simplemente divulgan un pequeño dúo roquero de un barrio olvidado de Madrid, que en tiempo real saltará a la popularidad gracias a algún canal de vídeo por Internet.
El tiempo transcurrido ha bastado para decantar las posturas más dispares, de enfrentamiento o ingenuidad sobre la tecnología, o la de las expectativas más tecnofantásticas, y nos sitúa en un momento privilegiado de la reflexión acerca de las TICs como instrumento aplicado en diferentes áreas y actividades de la vida humana.
Además de la coyuntura de “revisión” de los discursos en relación a las tecnologías, existen hoy dos realidades de gran magnitud que atraviesan todos los aspectos de la vida social, dos hechos sesgan el tránsito entre la primera y segunda década del siglo XXI: por un lado, la aceleración en la expansión de tecnologías digitales de la comunicación y la información en todo el mundo, y por otro lado, la globalización que al día de hoy […] arrastra consigo -y en todos los ámbitos- una “crisis global, severa y de largo alcance” (AECID, 2009: 14). (Esto parece un párrafo que incluye una cita, que no se ve dónde empieza ni termina)
Dos experiencias contrapuestas, la euforia tecnológica y la depresión social por la crisis, se ven imbricadas en el mismo tronco de “una globalización imperfecta” (AECID, 2009: 13), de grandes extremos -entre la excesiva acumulación y la excesiva pobreza- y de fuertes desplomes económicos globales.
El discurso político preponderante acerca de la globalización, el libre mercado y el Estado neoliberal, perdió peso ante la realidad de los grandes desfalcos y las imponentes bancarrotas de instituciones que ostentaban una gran solidez. El debate sigue centrándose en “conseguir una globalización que funcione para todos los países” (BANCO MUNDIAL 2008:xiii), y sin embargo, “el comercio es ahora no más globalizado, sino más localizado”, va adquiriendo mayor fuerza a nivel regional. La coyuntura socioeconómica, exige políticas de intervención y liderazgo del Estado, e incluso un gran sentido de solidaridad y cooperación entre las grandes potencias mundiales, de asistencia técnica mutua y seguimiento de las acciones con una perspectiva tanto global como internacional; “se hace necesaria la diferenciación exhaustiva entre internacionalización y globalización”. (ARIAS y MOLINA, 2008: 42).
Mientras la internacionalización implica partir de las caracterización específica de cada nación -su perfil histórico, la cultura, la economía, los valores-, y, desde allí, establecer lazos e interactuar con otras naciones, promoviendo la cooperación y el aprendizaje mutuo, en el caso de la globalización se parte del mercado como parámetro regulador y homogeneizador del planeta, nivelando y borrando las características particulares afectando a todos los demás aspectos de la vida social.
Los procesos de globalización a la vez que han borrado los límites de las fronteras han traído consigo otros problemas sociales o han agravado los ya existentes, trasladándolos al resto del mundo, al desdibujar los antiguos límites geográficos y demográficos. “Entre los problemas compartidos, la extensión de la pobreza constituye uno de los que más condiciona la realidad internacional […] en un mundo interdependiente, la persistencia de la pobreza no es sólo un mal para quien la padece, sino también una fuente de problemas que a todos concierne. Problemas tales como la inseguridad, el deterioro ambiental, las recurrentes crisis humanitarias, hacen de la pobreza una fuente de deslegitimación del sistema internacional.” (AECID, 2009: 13).
En el terreno de los dualismos actuales donde convive el hiperconsumismo de tecnologías digitales de alta gama, con la crisis económica más grave que ha conocido el planeta (global), coexisten asimismo dos espacios – tiempos, vitales reales: por un lado, el espacio físico – ecológico, material; por otro lado, el espacio virtual – tecnológico. Ambos están íntimamente interconectados a través del mismo sujeto: el hombre (ciudadano) - el usuario (avatar). Aunque estos espacios se influyen y determinan mutuamente, como en una marea oculta, el límite entre entorno físico y entorno virtual tiende a desaparecer por los usos actuales y las características de los dispositivos digitales. Algunos autores (MOLINUEVO, 2006; ÁLVAREZ y SILVA, 2007), demuestran que los espacios virtuales van ganando en liderazgo, y configuran, moldean, los espacios físicos de la vida humana; afirman que las TIC crean itinerarios vitales alternativos, prioridad del usuario. Estas tecnologías, constituyen el soporte del mundo global, y a través de ellas se viabiliza el intercambio y la circulación de información en todo el planeta, a todos los puntos en red, en tiempo real.
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